Inicio 9 Artículos 9 Sanjinés, ángel y demonio

Sanjinés, ángel y demonio

9.01.23

Fuente: Ricardo Bajo H. (escape, la razón)

Las memorias de Jorge Sanjinés están escritas en primera persona pero el cineasta, cada vez que puede, habla en plural. “Este libro pertenece a todos”. Jorge Ignacio Sanjinés Aramayo no dice en su flamante autobiografía cuando nació. Lo hizo un 31 de julio de 1936 en la ciudad de La Paz. Sus ochenta seis años están bien llevados. Su peluca rojiza y el tinte de sus barbas con un café cobrizo obran el milagro de la eterna juventud.

Su padre es Genaro Sanjinés Glover y su madre, María Nieves Aramayo. Lo bautizan con el nombre de Jorge en honor a un tío fallecido como consecuencia de una pulmonía contraída en un viaje en tren desde Potosí a La Paz en pleno invierno. Su hermano menor Genaro terminará siendo también un hombre de cine, camarógrafo para más señas.

Uno de los primeros recuerdos de su infancia nos lleva a una cancha de fútbol. El padre, gran futbolero, participa de la organización de un campeonato infantil en el por entonces conocido como “Estadio La Paz”, el que fuera inaugurado en 1930 como “Gran Stadium Presidente Siles”. Sanjinés tiene catorce años y vive en Miraflores, sobre la avenida Busch. Su equipo lo forman amigos del colegio y del barrio, entre ellos un joven llamado Antonio Eguino Arteaga, futuro gran cineasta. Son goleados sin misericordia, ocho a cero. Don Genaro alienta a los derrotados.

Al año siguiente, en 1951 y después de reclutar a promesas de barrios populares (como Munaypata y Chijini), ganan el torneo y viajan por toda Bolivia representando a La Paz. Lo hacen bajo el nombre de Boca Juniors y con camisetas amarillas y azules.

El primer exilio -con 16 años- llega pronto. El padre (identificado, asegura el cineasta, con el MNR) es acusado de albergar en su casa a una célula de falangistas. Progenitor e hijo parten a Lima donde se juntan con otro represaliado, Wálter Villagómez Muñoz, periodista potosino del periódico La Razón, por aquel entonces furibundo opositor de la Revolución Nacional. Con don Wálter, padre del arquitecto Carlos Villagómez Paredes, se aficiona a las salas de cine. “Fue mi primer profesor de cinematografía”. Son los años gloriosos del neorrealismo italiano.

En la capital peruana, Sanjinés trabaja de ayudante de albañil por las mañanas y por las tardes de vendedor de lotería primero y de libros ambulante después. El papá es contador en una fábrica. Las penurias y la nostalgia van a enfermar a los dos: don Genaro sufre un infarto y Jorge, una pleuresía.

Un cura boliviano, alojado en el mismo hostal, se ofrece incluso a darle la extremaunción. “Cuando ingresó el sacerdote con un crucifijo en la mano le dije que no se molestara, que no pensaba morirme”, cuenta el cineasta en la autobiografía “Memorias de un cine sublevado” publicadas por la Fundación Pinves y presentadas a mediados de diciembre pasado en la Cinemateca Boliviana. (Nota mental: el precio del libro -en tapa blanda, 200 bolivianos; en tapa dura, 300 bolivianos- no es precisamente popular).

La pareja se traslada a Arequipa. En la “ciudad blanca” la salud de ambos mejora y el joven Jorge Ignacio publica su primer artículo en la prensa arequipeña. También tiene entre manos una novela. El futuro cineasta quiere ser escritor, un buen escritor.

La ley de amnistía general de 1953 devuelve a padre e hijo a Bolivia. Sanjinés ingresa a la Facultad de Filosofía y Letras de la UMSA. Son tiempos de libros y lectura: Camus, Steinbeck, Kafka, Mariátegui, Vallejo, Rulfo, Carpentier, Céspedes, Iaimes Freyre, Guzmán, Arguedas, Tamayo…Tres años después, en la vacación de invierno de 1956, viaja a Santiago de Chile para apuntarse a un curso de filosofía de la Universidad de Concepción. Ahí conoce a Javier Lisimaco Gutiérrez, arquitecto, cinéfilo, futuro militante del Ejército de Liberación Nacional (ELN), asesinado en los 70.

El taller de cine -que el recordado “Maco” imparte- cambia su vida: abandonará la idea de ser escritor y se pasará a las filas del cine. La Fundación Pinves ha resucitado esos viejos anhelos con la publicación de su novela (“Los viejos soldados”) y dos libros de cuentos (“Relatos del más allá” y “Relatos contestatarios”). En Concepción conoce a la que será su primera compañera, Consuelo Saavedra Quiroga, futura escultora, futura madre de sus cuatro hijos.

La primera (y desconocida) película de Jorge Sanjinés se llama “El poroto” (1957). Es un cortometraje de tres minutos rodado en 8 milímetros en material reversible con banda magnética incorporada. Gana el concurso de los alumnos del “Maco”. Es la historia de un niño que no tiene plata para comprar flores para la tumba de su madre y se las ingenia para conseguirlas. Puro neorrealismo italiano, puro Chaplin. La música corre a cargo de una tal Violeta Parra. “Se hizo una fiesta en la casa de Maco para festejar el triunfo de Bolivia con esa minúscula película”.

Sanjinés se quedará dos años en Santiago estudiando cine en el Instituto Cinematográfico de la Universidad Católica de donde egresa como asistente de dirección. En sus mencionadas memorias no cita los tres “cortos” que hace entre 1958 y 1959: “Cobre”, “El Maguito” y “La guitarrita”.

En 1960 regresa de Chile y hace dos cosas al tiro: se casa con Consuelo (con la que tendrá dos hijas y dos hijos: Paula, Carolina, Iván y Mallku) y busca al toque a Jorge Ruiz. “En Santiago me enteré que había un gran documentalista boliviano. Y lo era. Quedé fascinado por la belleza y la perfección técnica de su trabajo y me sorprendió saber que acá pocos conocían su obra”. Sanjinés se pone manos a la obra y organiza varias retrospectivas del maestro donde proyecta “La vertiente” y “Vuelve Sebastiana” que “sorprende por la autenticidad, sobriedad y amor que contiene”.

Entra a trabajar en el Instituto Cinematográfico Boliviano (ICB) y realiza -junto al Grupo Ukamau- su primer cortometraje en Bolivia: “Sueños y realidades” (donde protagoniza un incidente con Hugo Roncal a cuenta de unas tomas desenfocadas).

En 1962 funda en un local del ICB de la calle Indaburo la Escuela Fílmica Boliviana, la primera en la historia del país, junto al que será su guionista inseparable Oscar Soria y primer director de la Escuela; el profesor de filosofía Ricardo Rada que será su productor de lujo; y su hermano Genaro, “que ya era un excelente camarógrafo”.
Al de tres meses, llega “Revolución” que manda a parar la historia del cine boliviano. Es un “corto” experimental de nueve minutos sobre “los pasos en falso que habían frustrado la Revolución del 9 de abril de 1952”. Grabada con un cámara Bolex de 16 milímetros y filmada durante diez días, la música de esta película silente es protagonizada por un solo de guitarra (“triste y lacónico”) de Atahualpa Yupanqui.

“Revolución” gana un año después el Premio Joris Ivens al mejor cortometraje en el Festival de Leipzig, República Democrática de Alemania, RDA. Antes ha dirigido otro cortometraje olvidado “Una jornada difícil” (1963).

Al año, 1964, llega el primer mediometraje “Aysa”, rodada con dos cámaras Arriflex y un complejo de sonido que grababa sincrónico con cinta magnética perforada. Son 30 minutos de docu-ficción con “dos maravillosos actores de instinto”, los jóvenes quechuas Benedicta Mendoza Huanca y Vicente Salinas Berneros, los que serán más tarde protagonistas de “Ukamau”, su primer “largo”. Es la historia de un “pirquiñero” y una “palliri”. Y una sola palabra en quechua, “aysa” (derrumbe).

Sanjinés quiere hacer la primera película boliviana sonora de ficción en aymara. Se llamará “Ukamau” (1966), será una historia de venganza. “Tenía la convicción de que la izquierda boliviana -que compartía con la derecha prejuicios sobre los pueblos originarios- había elecubrado una estrategia paternalista que en el fondo eran tan racista y excluyente como la de los reaccionarios”. El “largo” es rodado en la comunidad Challa, en la parte alta de la Isla del Sol, lago Titicaca. La copia en 35 mm es trabajada en Buenos Aires donde viaja Sanjinés en compañía de un joven compositor llamado Alberto Villapaldo, futuro maestro.

Cuando llegan a la capital argentina, se dan cuenta que el sonido no servía para nada. “Si no resolvíamos el problema, no teníamos película. Y lo más grave: su fracaso podía resultar en el fracaso del cine de Bolivia quien sabía por cuantos años”. La solución llega de la mano más inesperada: la embajada de Estados Unidos. La única sala de montaje en La Paz, capaz de sonorizar/doblar películas, es propiedad de la Usaid, la conocida agencia gringa. Sanjinés la conoce pues ha asistido años atrás a una sesión de montaje de una docu-ficción escrita por Oscar Soria y dirigida por Jorge Ruiz, “Los que nunca fueron”.

El plan para entrar en la susodicha sala y doblar las voces en aymara pasa por distraer al sereno y trabajar clandestinamente por las noches. Dicho y hecho. Ricardo Rada es el encargado de “convencer” al portero. Y el gran Néstor Peredo, el mago que convierte a los dos actores quechuas en personajes aymaras. Al estreno de “Ukamau” en La Paz, asiste el mismísimo presidente Alfredo Ovando. Un día después del estreno de la película, el secretario de la Presidencia, Marcelo Galindo, despide del ICB a todo el equipo de Sanjinés. “Esta obra es para soliviantar a los indios”.

Al año, en 1967, “Ukamau” se presenta en el Festival de Cannes y gana el premio de Grandes Jóvenes Directores. Uno de los miembros del jurado, el crítico Marcel Martin, le confiesa a Sanjinés que la película debería haber ganado la “Palma de Oro”, el premio mayor.

A la vuelta de Europa, Jorge, Consuelo y los hijos se van a vivir a Sorata. Alquilan una casa por diez dólares al mes. En una de las proyecciones de “Ukamau”, Sanjinés conoce a un comunario de Huatajata que le pasa un dato: los norteamericanos del Cuerpo de Paz están esterilizando sin permiso a jóvenes mujeres a orillas del Titicaca. Es el germen de “Yawar Mallku” (1969). Parte del financiamiento llega gracias a un grupo de médicos progresistas liderados por el doctor Torres Goitia. “El esposo de la pintora María Esther Ballivián tenía una Nagra, la mejor grabadora de sonido de la época, pero cuando Oscar Soria lo va a visitar para que nos preste, no quiso”. Las memorias de Sanjinés son también un sibilino ajuste de cuentas.

“Yawar Mallku” se rueda en la comunidad Kaata, a quince kilómetros de Charazani. El equipo de rodaje es una familia: Jorge y Consuelo; Benedicta y Vicente; el fotógrafo Antonio Eguino y su pareja Danielle Caillet (que hará de gringa del Cuerpo de Paz); Oscar Soria y Ricardo Rada (con su pareja); el asistente de cámara Antonio “Tonito” Pacello y su amigo argentino Humberto; Tota Arce y su compañero Mario Arrieta (“ella es una muy talentosa actriz; él, un tipo duro, muy valiente y leído; ambos militantes de izquierda”).

Dos años después del estreno de “Yawar Mallku” y sus premios internacionales, el gobierno boliviano del presidente Juan José Torres expulsa a los Cuerpos de Paz. “Se calcula que los quechuas y aymaras en 1970 eran un millón trescientos mil, en cinco años, los exterminadores del Cuerpo de Paz habrían esterilizado a la mayoría de las mujeres fértiles de esas dos naciones en un crimen de lesa humanidad de fatales consecuencias”, sostiene Sanjinés en sus memorias.

La siguiente película es la historia de una desilusión. “Los caminos de la muerte” (guion escrito en Cochabamba) es una obra fallida sobre las masacres en las minas. “El negativo color original fue llevado a Alemania por Antonio Eguino. En el proceso, el negativo integral fue sobrerevelado por el laboratorio y no se salvó ni un solo fotograma. Quedamos sin película, endeudados y profundamente frustrados. Esta situación tuvo repercusión en la conformación interna del Grupo Ukamau. Cuando pudimos recuperarnos psicológicamente, nos pusimos a buscar otros horizontes”.

Ukamau está a punto de morir. Un cable de Italia (de la RAI) para financiar una película sobre los mineros enciende la esperanza de nuevo y pone la primera piedra de “El coraje del pueblo” (1971). Cuando se proyecta en el festival italiano de Pesaro, uno de los críticos más afamados del lugar, Guy Hennebelle, dice: “es una de las veinte películas más bellas de la historia del cine”.

La dictadura de Hugo Banzer obliga a Sanjinés a su segundo exilio. Junto a su familia, vuelven a Chile y es en Concepción donde nace la idea de “El enemigo principal” (1973), rodada en la comunidad Rajchi, cerca de Cusco. Durante la edición y sonorización en La Habana, Jorge conoce a Beatriz Palacios, presidenta de los Residentes Bolivianos en Cuba y difusora en la isla de las películas del Grupo Ukamau. “Nos enamoramos y al cabo de ocho meses de conocernos, decidimos casarnos y compartir la vida y la lucha. Beíta era una mujer morena muy hermosa, yo era diez años mayor que ella pero nos entendíamos muy bien”.

En 1974 llega “Fuera de aquí”, rodada en Ecuador con la ayuda de una cámara Arriflex que presta Alfonso Gumucio Dragon, recién egresado del Instituto de Altos Estudios de Cinematografía de Paris. Cuenta la historia de “un grupo de evangelizadores o agentes encubiertos del capitalismo imperial que dividen a una comunidad campesina para facilitar el acceso de una transnacional minera”. Fue vista por casi dos millones de personas en Ecuador. “Ayudó a fortalecer el crecimiento político de los indígenas locales”.

El regreso a Bolivia en los ochenta trae consigo la proyección de películas que no han podido ser vistas por el público boliviano: “El coraje del pueblo”, “El enemigo principal” y “Fuera de aquí”. Son los primeros años de la Cinemateca Boliviana y las colas en la esquina de la Indaburo y Pichincha para ver las obras alabadas en el extranjero de Sanjinés hacen noticia.

“Las banderas del amanecer” (1983) es el largo documental previo al mayor éxito de su carrera. “La nación clandestina” (1989, Concha de Oro en el Festival Internacional de Cine de San Sebastián/País Vasco) nace a raíz de una investigación del escritor Jesús Urzagasti en Achacachi en 1965.

La historia de una danza ritual/mortal es desechada por Sanjinés por aquel entonces y retomada a finales de los ochenta cuando “acostado de espaldas como acostumbro hacer para imaginar secuencias” aquel guion literario se destraba con la imagen aparecida del Tata Jacha Danzanti. Cuando Sanjinés descubre al actor que dará vida al personaje principal, siente que ha acertado con la tecla. Reynaldo Yujra iba a ser uno de los cerrajeros de la grúa de la película pero gracias a su estatura y sus ganas de aprender pasa a ser elemento clave del éxito de “La nación clandestina”.

Cuando llega desde Lima el director de fotografía César Pérez, éste cuenta a Sanjinés que casi desiste de participar pues “en el medio se hablaba de mi ferocidad y egolatría. César se sinceró y me dijo que había estado trabajando en el rodaje muy asustado porque creía que yo era una especie de demonio. Me quedé mudo, luego se dio cuenta que en Ukamau trabajábamos en un clima de armonía y fraternidad y que yo no era ese tipo brutal y soberbio que le habían pintado. Le pedí que me confiara el nombre responsable de esa maldad ya que, como él mismo veía, esa campaña nos hacía daño y muy probablemente estaba impidiendo que jóvenes que deseaban entrar a hacer cine se vieran contenidos por esa infamia. Alcanzó a decirme que se trataba de unos cuantos. El tiempo se ocupó de castigar al intrigrante; el triunfo de la película en el mundo y en el país le propinó al miserable una lección”.

Cuando Sanjinés sube al escenario del “Zinemaldia” vasco casi se accidenta pues el director ruso Andrei Konchalovsky (Concha de Oro, “ex aequo”) está arrodillado ante la estrella de Hollywood “Bette” Davis (no Betty Davis, como pone en sus memorias). “El principal crítico de cine del periódico El País de Madrid escribió que la película del ruso no le llegaba ni a los talones a la artesanal obra boliviana. Con ese extraordinario premio, Bolivia había obtenido el mayor reconocimiento cultural internacional de su historia pero en La Paz nadie se inmutó. El cura Pérez, de la radio Fides, que estaba de vacaciones en Suiza, llamó por teléfono a su radio y así se supo la noticia. No salieron autos a tocar bocina ni aparecieron comentarios entusiastas en la prensa, como señaló Pedro Susz en un artículo años más tarde. Me contaron que en una charla informal de algunos criticones conocidos se explicaban “mi decadencia” como resultado de que había muerto Oscar Soria y Sanjinés sin Soria ya no podría hacer cine. Con “La nación clandestina”, quedaron mudos”.

La última etapa de la cinematografía de Sanjinés (desde “Para recibir el canto de los pájaros” al estreno inminente de “Los viejos soldados” pasando por “Los hijos del último jardín”, “Insurgentes” y “Juana Azurduy”) ha visto el abandono del protagonista colectivo y el plano secuencia integral, marcas de la casa. También ha estado marcada por la muerte de Beatriz Palacios, su productora y compañera, “un vacío profundo que no consigo resolver”.

Los fracasos en taquilla (por culpa de la piratería y la crisis, según Sanjinés) y la mala recepción de la crítica acompañan sus últimas obras. “Una ola de críticos, imbuidos de racismo, se levantaron para desprestigiar “Insurgentes” y situarla, tendenciosamente, como una loa al presidente Morales”.

En su última obra, estrenada ya en Cuba y a la espera de su lanzamiento nacional en marzo, vuelve sobre uno de los temas “leit-motiv” de su obra: “el racismo y el complejo de superioridad de la clase dominante son factores perversos que perturban considerablemente el relacionamiento social interno de Bolivia (…) Las masacres de gentes del pueblo en el golpe de Estado de 2019 corroboran la persistencia del racismo criminal. En los hechos funciona un apartheid menos explícito que en otros países pero igualmente brutal e injusto. (…) Algunos militares racistas en la Guerra del Chaco aprovecharon para hacer una limpieza étnica pues la mayoría de los cien mil muertos eran indios, tragedia que abordamos en nuestra más reciente película”.

Sanjinés no cambia. Sigue hablando con la primera persona del plural, sigue escapando del protagonismo (en el acto de presentación de sus memorias habló diez minutos). En sus memorias -con un centenar de fotografías muchas de ellas inéditas- apenas habla de si mismo; pareciera que su carrera y sus películas nos pertenecieran a todos y su vida, solo a él.

Artículos Relacionados