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Duelo por Beatriz Palacios

3.01.17

Fuente y escrito por: Omar González

El 20 de julio de 2003, mientras viajaba en el avión que la llevaría desde La Paz a La Habana, luego de una breve escala en México, falleció la cineasta y luchadora social boliviana Beatriz Palacios, quien fuera compañera, durante más de 28 años, del realizador Jorge Sanjinés, también boliviano.

Dado su delicado estado de salud, Beatriz había decidido someterse a un tratamiento médico en Cuba. Lamentablemente, la situación se había tornado a tal punto irreversible, que no pudo llegar a tiempo al encuentro con los médicos. Sus restos fueron sepultados por voluntad expresa de Sanjinés y de la propia Beatriz, en el Cementerio Colón, en la capital cubana.

Recuerdo que aquellos días fueron de hondo pesar para la intelectualidad latinoamericana y para los revolucionarios del continente, particularmente en el caso de Bolivia y Cuba, donde estábamos estrechamente ligados a Beatriz y, por supuesto, a Jorge, su entrañable compañero.

A continuación, reproduzco las palabras que pronuncié en el sepelio, donde también hablara Sanjinés. (OG)

Querido hermano y maestro Jorge Sanjinés:

Beatriz Azurduy Palacios muere y una montaña se derrumba. Hoy somos otros sin dejar de ser los mismos. Hay vacíos que la vida únicamente llena con ese misterio que provoca el amor. Si Beatriz estaba, nada ni nadie le eran indiferentes. Su ley fue servir y servir, y su palabra el derrotero para siempre llegar. Jamás la vimos triste, siempre fue la esperanza. Los que la conocimos en sus viajes a Cuba, la recordaremos sencillamente infatigable, como si todo lo supiera, como si el porvenir ya fuera su pasado; los que compartieron con ella años de gesta y fundación, como Jorge y otros compañeros, deben sentir que les falta una estrella y que ahora el camino les será más difícil sin el esplendor de su rebeldía insobornable. Beatriz Azurduy Palacios, digo, y se abre una puerta; Beatriz, pienso, y se me estruja el alma. Torrencial y humana, eléctrica y andina; pequeña como una semilla de plata, sus ojos eran una lección de Historia. Si a Cuba la acosaban, de La Paz nos llegaba, siempre, un mensaje de aliento.

Eran Beatriz y Jorge como una sola voz. Rotundo el SÍ, más allá del peligro y de la inútil conjura de nuestros aguafiestas. Ahora mismo, sus nombres se entrelazan al pie de un llamamiento en defensa de Cuba y sus derechos. Viajan juntos, como durante los veintiocho años en que lo sacrificaron todo, absolutamente todo, para ser felices y hacer realidad un proyecto cultural de trascendencia universal: el surgimiento del nuevo cine latinoamericano también en Bolivia. De ahí que en gran parte de la obra de Jorge, no sea difícil encontrar el nombre de Beatriz, arropándolo en la osadía de una verdadera epopeya cultural. Su eticidad y sus méritos artísticos le permitieron ascender hasta la vanguardia de importantes instituciones cinematográficas y sociales de su país y de nuestro Continente.

Fue miembro del célebre Comité de Cineastas de América Latina, fundadora e integrante del Consejo Superior de la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano, directora de la Escuela Andina de Cinematografía, representante de la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños en su país natal, y formó parte de la directiva del Movimiento del Nuevo Cine y Video Bolivianos. De igual modo, fungió como asesora de la Federación de Mujeres Campesinas de Bolivia, una organización de incuestionable vocación emancipadora. Su prestigio ante la intelectualidad de nuestro país, motivó que, en 1999, la Unión de Escritores y Artistas de Cuba reconociera su trayectoria artística y revolucionaria y le rindiera merecido homenaje.

Y es que entre la vida y la obra de Beatriz nunca se dio esa estéril separación que, a pesar de las incontables pruebas, aún prefigura el destino de cierta intelectualidad tipificada como de izquierda, cuyo comportamiento suele ser tan frívolo y desconcertante que hace toda clasificación inviable. Beatriz fue diferente, fue fiel a su pueblo y a sí misma, y alcanzó en vida la gloria de saberse digna, leal y respetada más allá de los suyos.

No hay triunfo mayor que el de lograr la plenitud moral, y ella la conquistó en medio de las peores y más hostiles circunstancias: una mujer aymara en la cima cultural de nuestra América. Por eso es ya inolvidable. Sus trabajos y sus días en el Grupo Ukamau así lo atestiguan. Los resultados de su obra artística enaltecen a la cultura de su patria más íntima, Bolivia. Su peregrinaje por comunidades indígenas, fábricas, minas, lugares inhóspitos e insalubres, abandonados y preteridos, huérfanos de imagen y, por lo tanto, de historia, a pesar de su Historia, constituye un ejemplo difícilmente igualable en el contexto de la cinematografía mundial. Y al tiempo que enseñaba las claves de los nuevos lenguajes e ingenios artísticos, dejaba constancia audiovisual del rostro y la cultura de miles de hombres y mujeres de su pueblo. Anónimos todos; como si ella fuera lo que realmente era, su cronista y su descubridora.

Ah, Beatriz, adánica Beatriz en paisajes dantescos, tanto que hiciste en tan breve tiempo. Otros dirán que te nos vas, pero tu determinación de venir a acompañarnos precisamente en esta hora, tiene el valor de los símbolos; es una señal inequívoca de la hermandad de nuestros pueblos de América, de la vitalidad de tu memoria.

Bolivianos y cubanos visitaremos el lugar donde reposas, no para decirte adiós, sino para confesarte y preguntarte cómo será el futuro. Y tú, leyenda o flor, lo vivirás también. Ahora, como lo deseabas, te despediremos con la música ancestral de tu alegría. Y todo para no llorarte, para cantar contigo. Porque tú eres simiente y eres toda la vida.

 

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