Cuando sea la hora, me llevaré con lo más mío a Jorge Sanjinés, el esteta; porque más allá de la visión política que tan coherentemente sustenta su cinematografía, Sanjinés representa una causa estética, la más pura. Así, pienso que para desvelarle al país aquel país que el propio país desconocía, el maestro apeló a una categoría frecuentemente degradada en los ámbitos revolucionarios: la belleza; esa subjetividad tan inasible, como reconocible es cuando se presenta contundente ante los sentidos y el espíritu humanos.
Quiso Sanjinés contarnos historias de personajes soslayados, de órdenes de la vida escondidos, de injusticias de las que somos parte (victimarios y víctimas), de lugares herméticos y sagrados, de ideas extrañas al mundo dominante, en fin… Lo hizo en inconfundible posicionamiento, sin dejar dudas de qué lado de la dialéctica histórica él milita en conciencia.
Quiso Sanjinés elaborar imágenes con rigor y exquisitez para dignificar a través de ellas el mensaje; es decir, para que quien figure en ellas, se reconozca y acepte; y para que quien las mire, descubra en ellas una verdad profunda. Lo bello en el cine de Sanjinés es un arma sutil e inteligente que potencia el proceso comunicacional del cine y lo enaltece. Es tiempo de detenernos en ese aspecto a menudo pasado por alto porque se prioriza los contenidos temáticos por sobre su estética.
Es cierto que en el arte la forma hace al contenido como el contenido a la forma. Pero que ello no limite la posibilidad de valorar lo específicamente formal. Cómo no detenerse, por ejemplo, en el estremecedor plano secuencia de La nación clandestina en el que Sebastián es testigo de su propio destierro. Una construcción que en un primer nivel narrativo informa, pero que en la profundidad de los subtextos denota, entre otras cosas, el tiempo circular del pensamiento aymara, la figuración del pasado delante de los ojos (no detrás), la supremacía del colectivo sobre el individuo en el ayllu, pero también la honra individual de un personaje que se inmola para redimirse con su ser comunitario.
Esa complejidad significante, tejida como un textil en el tiempo, nos entrega un tesoro estético. Porque esa misma narración pudo haberse producido desde la sociología, pero es Sanjinés quien la resuelve desde el lenguaje audiovisual hilvanado por una constante: la belleza. Tan impactante es esa imagen por lo que nos
transmite, como por la forma hermosa en que lo hace. Y me emociono al escribir, porque esta reflexión me devuelve al corazón el tono trágico de Ukamau en la sobriedad del blanco y negro, y la desgarradora escena de muerte del Zárate Willka en Insurgentes, y las mujeres testimoniales en El coraje del pueblo, y los arcángeles contrastando el paisaje altiplánico o el garrote aplicado a Atahuallpa en Para recibir el canto de los pájaros, y el plano inicial de Revolución. Y así, de no acabar nunca. Nunca, porque el legado estético de Sanjinés se renueva cada vez que volvemos a su cine.
Para que existiera el Sanjinés revolucionario arquetípico del nuevo cine latinoamericano, hubo un Sanjinés antecesor abrazado a los rigores del arte propiamente tal. Es decir, Don Jorge es revolucionario no sólo por su alineamiento político sino, primordialmente, porque supo abordar lo político desde el poder expresivo de la luz, o del trazo de cámara, del encuadre justo y – cómo no – del tiempo y sus misterios.
La incorporación de los seres humanos del Altiplano para representarse a sí mismos en el cine, así como a su entorno geográfico, su idioma y su sabiduría, reivindica factores fundamentales de la nación boliviana; pero especialmente abre una transgresión de “lo estético” instalando estándares de belleza referenciados en elementos habitualmente descartados por la hegemonía secular del arte colonial. Colonial de la colonia y colonial contemporáneo, me refiero, claro. Colonial como dependencia, esa con la cual nuestro cineasta propone una franca ruptura estableciendo contramodelos culturales.
Ante esas premisas me vi en cada convocatoria de Sanjinés para darle música a su cine. Los tres largometrajes en que trabajamos juntos han sido experiencias de alta intensidad por eso. Había que aportar a la narrativa, como es lógico, pero sobre todo había que corresponder a un alto rango artístico. Para recibir el canto de los pájaros es una canción engendrada en esos territorios de angustia. Y lo menciono ahora porque dejaré dicho que no tuve el camino allanado para componerla. El escepticismo de Jorge se desmoronó sólo en el estudio de grabación cuando la voz de Emma Junaro rasgó el aire y la piel y el alma y las lágrimas y luego al público todo. Algo pasa en ese canto que pareciera revolver una memoria recóndita y a la vez abrir una esperanza: “iniciar el viaje del encuentro / última tarde de sombras y de invierno”, dice pues.
Veinte años antes de este inolvidable episodio, una mañana de invierno, los profesores del colegio donde yo estudiaba nos llevaron a una sala de cine donde pasaron Ukamau. Esa obra completó en mí el país donde yo había nacido, y del que sólo veía una parte, hasta ese día. Ukamau me despertó la conciencia, desordenó mi orden y detonó motivaciones creativas; me cambió la vida. Por ese hecho en particular – que no el único – reconozco en Sanjinés a mi maestro. Y por siempre quedará grabada en mi ser la belleza visual por donde aquella historia tremenda fluye.
Diez años después, en la posmodernidad de los 90s se intentó matar al padre, o al menos desterrarlo como paradigma. Había llegado “el fin de la historia” y en ese supuesto “capítulo final”, ni los indios, ni la pobreza, ni la otredad cultural, ni la verdad, tenían lugar. Volvíamos a la tragedia de la auto-negación una vez más; y entonces Sanjinés pasó a ser un “asunto superado”. El cine boliviano se soñó global y se llevó solito a un extravío del que probablemente no ha salido aún, salvo honrosas excepciones que – coincidentemente – recobran valores y principios del cine de Sanjinés; no temáticas, no lenguajes, ni siquiera perspectivas, pero sí actitudes, frente a sí mismas y a la sociedad a la que se deben.
Cuenta Eduardo Galeano en una parábola, que alguien, al ver el mar por primera vez, quedó tan deslumbrado que acudió a su padre… “ayúdame a mirar”, le dijo. Esa es la función del arte: ayudar a mirar. De muchas maneras la Bolivia de hoy es posible gracias a que Jorge Sanjinés nos ayudó a mirar, a mirarnos. Lo hizo no solo con amor a todo lo que mostraría, sino también con amor a quienes luego mirarían eso en cualquier tiempo. Una herencia de amor expresado en belleza, en belleza y en belleza.
La Paz 12 de abril de 2018
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Texto leído en el acto de homenaje y condecoración a Jorge Sanjinés organizado por la Corporación Minera de Bolivia (COMIBOL) y su Archivo Histórico, realizado en el auditorio de la Vicepresidencia del Estado Plurinacional de Bolivia.