Por Juan Ciucci, Pablo Russo & Sebastian Russo
Fuente: https://tierraentrance.miradas.net/2013/05/reviews/insurgentes-de-jorge-sanjines.html
El nuevo largometraje del fundador del Grupo Ukamau apuesta al rescate de la historia no oficial de Bolivia. Historia que pretende aspirar a convertirse en la oficial del Estado Plurinacional de Bolivia, que se forma a partir del movimiento que lleva a Evo Morales al poder. Vencedores vencidos.
Hurgando en las raíces, en los orígenes, leyendo la Historia “a contrapelo”, Jorge Sanjinés despierta en la pantalla a los fantasmas insurgentes que a lo largo de la historia de su país han levantado las banderas de Libertad e Independencia. Y lo hace “en reversa”, yendo hacia atrás en el tiempo, llegando hasta La Paz sitiada infructuosamente luego de más de cien días, en 1781, por Tupac Katari, junto a su mujer Bartolina Sisa y su hermana Gregoria Apaza.
El modo de representación elegido por Sanjinés, es el de la reconstrucción histórica ficcionalizada. Con un impactante despliegue de producción, con un puntilloso trabajo de vestuario, en las escenografías naturales del altiplano boliviano (inmensos paisajes cubiertos de viento y silencio). Y Respetando la búsqueda que comenzó con Ukamau (1966), en pos de una identidad cultural boliviana, a través de la actuación de no-actores moradores del altiplano, y el uso del idioma aymara en los diálogos. Incluso, el intento de plasmar la cosmovisión andina (de tiempo circular, y de protagonistas colectivos, y no individuales) a través del lenguaje cinematográfico.
En este film, a la convivencia de tiempos (discutiendo la lógica temporal lineal occidental) le acompaña un modo representacional (sobretodo en las escenas de batallas) que parece más pensado en un registro pedagógico que de vanguardia estético-político. Algo que está en el origen político del proyecto, en tanto producción del Estado boliviano, para que sea un film visto masivamente. He allí una apuesta, un riesgo (de estereotipación y ensalzamiento de los héroes, entre otros) que Sanjinés entendemos logra surcar a fuerza de reconstrucción mítica y subversión de los modos tradicionales de representación del tiempo. Bolivia, hoy, así, en tanto una tierra de espectros desterrados que conviven, y confluyen y construyen un (este) Tiempo Nuevo.
Este rescate histórico condensa en la figura del líder a todo el movimiento insurgente. Son un puñado de nombres propios y fechas precisas que se construyen como mojones de la memoria resistente. Reaparecen ante la historia, las vidas y las luchas de Zárate Willca, Santos Marca Tula, los soldados que volvieron de la Guerra del Chaco, el Presidente Gualberto Villarroel, o los caciques guaraníes Apiaoeki Tumpa y Cumbay. Y también de Eduardo Nina Quispe, el pionero de la educación indígena que fuera asesinado por las fuerzas militares.
Las imágenes que narran momentos de enfrentamiento tienen poco o nulo diálogo, excepto cuando vemos a un grupo de blancos reunidos, a quienes Sanjinés les da voz propia para expresar su desprecio hacia los indios. Allí traza sin sutilezas y ni enveses un paralelo entre las oligarquías del pasado y del presente, que continúan enfrentadas a los procesos populares. Ayer en reuniones sociales, hoy en un country o un campo de golf, los representantes de la iglesia, del gobierno, del ejército insisten en su oposición.
El anclaje del sentido queda a cargo del mismo Sanjinés, quien relata con su propia voz en off cada momento histórico recreado en la pantalla. Es un texto que nos introduce en los enfrentamientos históricos de los pueblos, y las históricas injusticias que han debido enfrentar. Esa voz encarna el espíritu insurgente, recuperando un relato de la historia que se enfrenta al hegemónico, desde el que pretende construir una Patria sin deudas con sus pueblos originarios. Las reivindicaciones de hoy son las de ayer, todo lo que falta hoy es lo que ha sido quitado en el pasado. Evo Morales tiene el deber histórico de enfrentar esas ausencias, de reivindicar esas luchas, de profundizar la revolución. Esas vidas y esas muertes, se lo reclaman. Allí, el discurso es compacto, inapelable.
El momento de mayor extrañamiento poético es justamente el cruce que se produce entre los insurgentes del pasado y Evo. Un teleférico, que con su modernidad refleja los albores de una nueva Bolivia, es el escenario donde Eduardo Nina, Tupac Katari, Bartolina Sisa y Villarroel, se cruzan con la mirada del presidente del Estado Plurinacional. Un cruce temporal-espacial solo posible cinematográficamente, que condensa, como metáfora, la responsabilidad actual de Evo Morales de seguir adelante con un proceso revolucionario que hunde sus raíces en la resistencia de siglos anteriores.
Esa presencia del primer mandatario recupera discusiones en torno al cine político, la militancia, y la relación de los intelectuales con el poder. Una película con un explícito y contundente apoyo del Estado, que no sólo participó financiándola, sino asegurando su distribución. Una de las pocas veces que un Presidente actúa en una puesta en escena, en este caso representándose a sí mismo, pero representando al mismo tiempo al Estado Plurinacional. Ese hombre no es sólo él, es también todos los que lucharon, y los que lucharán. Los tiempos se entremezclan, las mitologías se presentifican.